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Fiesta de la Epifanía del Señor / Por Monseñor Martín Dávila

Por: Redaccion 06 Enero 2018 16:16

“Ecce advénit Dominator Dóminus” Mira como viene el Señor Dominador.

La Epifanía o gran manifestación de Dios, se dio en la Navidad, en donde Dios se hace visible. Más ahora no sólo se manifiesta y muestra a los judíos, sino que “en este día el Señor revela a su Hijo a los gentiles o sea a todos los hombres.

A fin de ponernos en sintonía con el sentir de la Iglesia, procuremos en este día reflexionar y considerar las oraciones litúrgicas de la Santa Misa de Hoy.

La Epifanía en la liturgia

Contemplemos a la Verdadera Iglesia Católica, difundida por todo el mundo, celebrando con gran alegría el día santísimo en que los Reyes Magos se postran ante el Niño Dios en Belén. Por lo mismo. Pidamos participar íntimamente del espíritu de la sagrada Liturgia.

Procuremos sacar 1.- Afectos de admiración; 2.- Afectos de generosidad, 3.- Afectos de fidelidad.

Afectos de admiración.

1.- Consideremos las palabras magnificas que la Iglesia pone en el Introito de la Misa: “Ved que ha venido el Señor dominador: en su mano trae el reino, el poder el Imperio del mundo”.

Alegrémonos, pues, todos los que gemimos bajo el yugo del pecado, pues ha venido nuestro divino Libertador para restablecer en nosotros y en todo el mundo el Imperio de la gracia y de santidad.

2.- Este Dios Niño trajo a su cuna a los reyes y los iluminó con su fe para que le reconociesen. Nosotros le conocemos ya por la fe. ¡Mil veces bendito sea Dios, que nos ha otorgado este preciosísimo don de la fe, sin cual es imposible agradar a Dios! Pero la fe dista todavía mucho de la posesión completa a la que aspiramos.

Es por eso, que la santa Iglesia, en la oración de la Colecta nos hace levantar el corazón al deseo de la visión divina: “Concédenos por tu bondad, que los que ya te conocemos por la fe llegamos un día a contemplar la hermosura de tu gloria”.

3.- ¡Mil veces dichosa la Iglesia Católica, que está en plena e inalterable posesión de la verdad religiosa! Miremos cómo las tinieblas envuelven la Tierra y la oscuridad extiende su negro manto sobre los pueblos infieles; pero sobre la Iglesia resplandece el Señor: a la luz que ilumina la Iglesia andan las naciones católicas, y los reyes siguen la claridad que en ella amanece.

Más la gloria de la iglesia, como la luz del sol, desde el amanecer va creciendo hasta llegar al mediodía. La Iglesia, perseguida en todas partes, va extendiendo su luz hasta los confines de la tierra. Ella lo ve, y su corazón se admira y se dilata cuando considera cómo se va cumpliendo en ella el magnifico vaticinio Isaías que se lee en la Epístola:

“Contempla cómo se dirige hacia ella la multitud que viene del otro lado del mar y ve entrar en su recinto naciones temidas por su poder; oye el paso tardó de los camellos y dromedarios y presiente los místicos dones que traen los recién convertidos, para gloria y alabanza de Dios”.

Por lo tanto. Levantemos nuestro corazón a la altura de tan generosos pensamientos. Rindamos infinitas gracias a Dios, que nos ha hecho nacer en el seno de la Iglesia. Oremos por la conversión de todos los pueblos y trabajemos por dilatar en nosotros y en los demás el imperio de Cristo.

Afectos de generosidad

El Evangelio nos refiere con ingenua sencillez la llegada de los magos a los pies Jesús. Muy grande fue su espíritu de fe; pero mayor fue su amor. Adoran al Niño, abren sus tesoros y ofrecen lo que su tierra produce de más precioso: oro, incienso y mirra.

Arrodillémonos, pues, detrás de los Reyes, antes la cuna de Cristo Rey. Miremos que el niño nos sonríe, cómo a los Magos. Este Niño es delicado y débil: descansa sobre unas pajas; pero es el Libertador que no librara del yugo de Satanás; Él crecerá, trabajará, predicará y subirá al Calvario para derramar toda su sangre. ¿Qué retornaremos al Hijo de Dios por todos los beneficios que nos ha colmado?

“Los reyes de Tarsis, de Arabia y de Saba le ofrecen presentes; todos los reyes de la tierra le deben adoración; todos los pueblos le servirán”, (ofertorio).

Pues nosotros, ¿qué tributos de amor le hemos de traer? No nos pide oro, incienso, mirra, sino lo que por estos dones se significa: nuestro propio corazón, todo nuestro amor.

Pero ¡vale tan tampoco nuestro corazón, por ser tan mezquino! Para que Dios se digne aceptarlo, debemos ofrecerle juntamente con el Corazón de Jesús, que se inmola sobre el altar; Por lo mismo. Pronunciemos con fervor las palabras de la santa Iglesia en la oración secreta de la Misa.

Mira, Señor, benignamente a los dones de vuestra Iglesia, en los que no ya se ofrece oro, incienso y mirra, sino Aquél a quien estos dones simbolizan, y qué ahora se inmola y se nos da en alimento, Jesucristo, vuestro Hijo y Nuestro Señor.

Afectos de fidelidad

Somos débiles para todo lo que supone esfuerzo; sobre todo, somos inconstantes en nuestros buenos propósitos. Poco a poco se extinguen en nuestras almas la luz de la inspiración divina; se sobreponen las impresiones fascinadoras de los bienes sensibles; nos cansamos de la lucha con nosotros mismos y nos dejamos llevar de la corriente. Hay que cerrar los ojos a todo cuanto halaga a nuestras inclinaciones torcidas.

Por lo tanto. Consideremos, la oración de la Comunión: “Hemos visto la estrella y hemos venido con estos dones a adorar al Señor”. Y por lo mismo, recordemos que: Todo lo hemos entregado, junto con nuestro corazón; todo es suyo, y no tenemos derecho a reclamarlo jamás.

Procuremos, sentir con la Iglesia en la oración de la Postcomunión: “Purificado nuestro corazón y nuestra inteligencia, comprenda este misterio”. Por lo tanto, procuremos apreciar, en su justo valor los bienes del espíritu y despreciar como se merecen los bienes mezquinos qué halagan nuestros sentidos.

Concluyamos. Pidiendo al Señor: ¡Oh Dios que en el presente día revelaste a los gentiles, guiados por la estrella, a tu unigénito Hijo: concédenos por tu piedad que los que ya te conocemos por la fe lleguemos a contemplar la hermosura de tu ser excelso!

Por último. Propongamos al Señor que apenas brille en nuestra alma la estrella de la divina inspiración, la pongamos por obra, a imitación de los Magos.


Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones


Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx


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