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Consideraciones sobre el Día de los Difuntos | Por Mons. Martín Dávila

“Obra santa y piadosa es orar por los muertos” (II Mac., XII, 46).

Por: Miguel Fierro Serna 02 Noviembre 2018 12:55

En la festividad de todos los santos la Iglesia nos entreabría el cielo, mostrándonos la gloria y la felicidad de que gozan los bienaventurados; hoy nos abre el purgatorio y nos hace entrever los sufrimientos de las pobre almas que allí están cautivas. Ayer la Iglesia nos invitaba a recurrir a la intercesión de los santos; hoy nos pide que oremos por nuestros hermanos difuntos.

En estos dos días, se da un afectuoso comercio de caridad entre los miembros de la Iglesia triunfante, con los de la Iglesia militante y la Iglesia purgante. O sea, se da la Comunión de los Santos entre los fieles de las tres Iglesias, que representan a la Iglesia Católica, el reino que Cristo instituyó.

EN ESTE DIA SE DEBEN PRACTICAR LAS TRES VIRTUDES TEOLOGALES

 la fe, la esperanza y la caridad:

  1. a) La Fe, aquí debemos de considerar, que a pesar de que hemos acompañado a su última morada los despojos de nuestros seres queridos, y también hemos visitado muchas veces sus tumbas, y les hemos encendido velas, y ofrecido flores en su día. Y aún con todo ello, nos preguntamos ¿y sus almas? A lo cual firmemente nos contestamos, que están en las manos de Dios.

Pero a pesar de esta firme respuesta, nos acosa el pensamiento de que hayan podido caer en el infierno, ya que no podemos afirmar que hayan sido tan buenos como para ir al cielo inmediatamente por ciertos defectos que tenían y sabemos que nada manchado por los defectos entra en el cielo. He aquí la lógica, he aquí la verdad del purgatorio.

  1. b) La Esperanza, nos dice que las almas del purgatorio tienen la certeza de la vida eterna. El cielo se difiere para ellas, pero lo tienen seguro. Y confían en nuestro auxilio. Por lo mismo, debemos tener compasión de esas pobres almas, utilizando todos medios que están a nuestra disposición para ayudarlas, como ganando indulgencias plenarias en este día, mandando a celebrar misas por ellas, rezando rosarios y haciendo todas las buenas obras que podamos en estado gracia, y todo ello en sufragios de esas almas.
  2. c) La Caridad, con los sufragios de nuestras de obras de caridad les procuramos el cielo a esas benditas almas, pero a la vez, esta práctica es una caridad para con nosotros mismos. Ya que orando por los muertos cumplimos una obra de mucho mérito para nosotros. Y con ello mereceremos su agradecimiento, y aquellas almas nos lo pagarán cuando, por nuestros sufragios, vuelen hacia el cielo.

Su agradecimiento se trocará en una fervorosísima oración, ya que siendo ellas felices gozando de la visión de Dios, quieren que nosotros también lo seamos.

Esta práctica de las buenas obras por las almas del purgatorio, es también una caridad para con Dios. Ya que Él desea que las almas purgantes vayan al cielo. Su misericordia quisiera llevar a esas almas en seguida a la moradas del paraíso. Pero lo prohibe su justicia.

Es ahí, donde nosotros, con nuestros sufragios, venimos en ayuda de su misericordia y aplacamos y satisfacemos su justicia. Dios en este momento y en esta especial coyuntura necesita de nosotros; y así nosotros, que recibimos todo de Dios, podemos ayudar a Dios.

Por lo mismo, procuremos, cuando vayamos al cementerio llevar a Dios con nosotros; ya sea que lo llevemos en los sentimientos de la fe, de la esperanza y de la caridad. Por lo mismo, recemos por quienes no rezan; que nuestra piedad, que nuestras oraciones levanten la tierra al cielo, y que nuestras plegarias hagan descender incondicionalmente las bendiciones de Dios sobre la  tierra.

LA HORA DE LOS MUERTOS.

Antes era muy común que todas las tardes, al anochecer, las campanas de las parroquias con sus lentos y graves sonidos anunciaban la “hora de los difuntos” o de las ánimas. Los buenos cristianos se descubrían la cabeza, o se arrodillaban, y en las alas de la fe y de la oración enviaban un voto cristiano y fraterno, expresado devotamente con la fórmula litúrgica: Réquiem “descansen”.

Precisemos el sentido de este voto.

1o. La Iglesia pide para sus hijos difuntos el “descanso”, y les augura la paz: “Requiescant in pace”. O sea les desea paz a sus huesos, que protege en el cementerio con la sombre de la cruz; paz a su memoria, que rodea de honores, para que sea imperecedera en la mente y en el corazón de los que sobreviven; paz a sus almas, a las que procura llevar lo más pronto posible  al eterno descanso de la gloria.

2o. De nosotros depende en gran parte la realización de estos deseos tan conmovedores de la Iglesia. Por lo tanto, procuremos la paz a los huesos de nuestros muertos, vigilando como ángeles su nombre y su reputación, y cumpliendo sus últimas voluntades; y a sus almas, auxiliándolas con sufragios cristianos.

3o. Pero, lamentablemente, también hay malos cristianos que nunca se acuerdan de los muertos. De ello, las Sagradas Escrituras nos dan noticia de tres clases de corazones duros para con los muertos:

  1. a) El rico avariento (Luc., XVI, 20) cerraba los ojos a la miseria del pobre Lázaro, que yacía a la puerta de su casa;
  2. b) El oficial del Faraón (Gén., XI, 23) que después de haber sido librado de la cárcel según la predicción de José, olvidó cuánto debía a su bondadoso interprete;
  3. c) Los hermanos de José (Gén., XXXVII, 25) que comían y se solazaban junto al brocal del pozo donde lo habían secuestrado.

El rico avariento no tenía piedad para con un semejante suyo cubierto de llagas y muy pobre; el segundo le faltaba agradecimiento para con su bienhechor; los otros desconocían la humanidad para con su hermano a quien causaron grave daño. La insensibilidad del primero nos hiere; la ingratitud del segundo nos irrita; la crueldad de los terceros nos parece imperdonable.

No recordarse de los difuntos es una cosa que nos causa pena y horror; los muertos son nuestros semejantes, participamos de sus beneficios y hemos sido muchas veces la causa de sus penas.

DE PROFUNDIS.

Procuremos hacer la meditación de los versículos, de este salmo 129 “De Profundis”, ya que ella, nos hará considerar de la mejor manera los sufrimientos de nuestros difuntos.

1er. Versículo.- “De profundis clamavi”. Este es el grito de angustia de las almas del purgatorio. Este grito revela la pena de daño, o sea la separación de Dios. Con esta pena las benditas almas son desterradas,  son huérfanas, son prisioneras, son viudas. Y con un ímpetu del amor más vivo se lanzan inconteniblemente hacia el corazón de Dios; pero Dios las detiene en su camino, porque no son todavía dignas de Él; su infalible justicia las rechaza.

De ahí nace su dolor; se ven obligadas a replegarse sobre sí mismas y a llorar el amargo vacío de su corazón. Son como el águila real que, prisionera en su jaula de hierro, ve las cumbres altivas y los inmensos espacios azules, y no puede echar a volar, retenidas sus alas poderosas; también, son como el sediento que se abrasa en sus fauces de fuego y ve brotar el agua pura y cristalina que tanto desea, pero se ve impedido para tomarla, y por sus torpes miembros no puede ni siquiera humedecer tan sólo sus encendidos labios. He aquí la imagen del estado de las almas del purgatorio.

2do. Versículo.- “Fiant aures tuae intendentes in vocem deprecationis meae”. Este es el clamor de la miseria. Es la súplica del pobre impotente para proveer a sus necesidades, sintiéndose abandonado de todos.

Para entender esto es necesario recordar que: las almas del purgatorio se hallan en las más absoluta y radical impotencia, ya no pueden ni merecer, ni satisfacer ni lucrar indulgencias. Y según opinión de Santo Tomás ni siquiera pueden orar. A esta pena de impotencia se junta la de abandono.

3er. Versículo.- “Si iniquitates observaveris, Domine, Domine, quis sustinebit?”. He aquí el grito del arrepentimiento. Ya que sienten el arrepentimiento de la conciencia. Tal vez nos preguntemos: ¿Por qué sufren? La respuesta es, porque han ofendido a Dios. ¡Oh, pena cruel la del remordimiento!

Aquí en la tierra se halla la manera, si no de destruir, al menos de mitigar la violencia del remordimiento. Pero no en el purgatorio. Perdurando entero el clamor de la conciencia, como es entera la pena del remordimiento.

Por eso, se súplica en el salmo: “Señor no mires nuestras iniquidades; amarga cosa es el haberte ofendido; si te fijas en nuestros pecados, desfalleceremos, y no podremos sostenernos”.

4to. Versículo.- “Quia apud te propitiatio est et propter legem tuam sustinui te, Domine”. He aquí el grito del dolor. Las almas del purgatorio sufren: el tormento del fuego, y la separación temporal de Dios.

5to. Versículo.- “Sustinuit anima mea in verbo ejus; speravit anima mea in Domino”. No vayamos a imaginarnos que aquellas almas están desesperadas.

Esto lo describe muy bien Dante, en su Purgatorio, destaca admirablemente esas tintas de dolor y de gozo de las almas que allí se hacen dignas de ir a Dios.

Estos sentimientos de alegría austera, pero inefable, son expresados con aquellas palabras del salmo: “sustinuit”… esta viene siendo como la voz de la resignación, que es como la primavera de su gozo. Este gozo proviene de la seguridad de su salvación y del conocimiento que tienen del misterioso trabajo que cumple en ellas el dolor. Por eso viven resignadas en medio de las aguas de la purificación: Sustinuit anima mea… (Espera mi alma).

6to. Versículo.- “A custodia matutina usque ad noctem; speret Israel in Domino”. Es el himno de la esperanza. Aquí dirigen sus miradas hacia la Comunión de los Santos. Si nada pueden hacer aquellas almas para abreviar el tiempo de su sufrimiento, podemos hacerlo nosotros. Y aquí estriba la esperanza de aquellas almas. Desde la primera hora de la mañana hasta la noche esperan los méritos de Jesús que nosotros podemos distribuir entre ellas.

7mo. Versículo.- “Quia apud Dominum misericordia, et copiosa apud eum redemptio”. He aquí los acentos de su agradecimiento.

Por cuatro canales fluye la misericordia de Dios en el purgatorio:

  1. a) Ir al purgatorio es un acto de misericordia. O ¿Quién de nosotros no ha merecido en vida el infierno?
  2. b) Se manifiesta la misericordia de Dios en el purgatorio por la aplicación de la pena. Son terribles las penas, pero inferiores a las que el pecado ha merecido, debido a que cualquier ofensa, aunque sea leve, se hace siempre a la Majestad infinita.
  3. c) Se manifiesta la misericordia de Dios porque a menudo abrevia la duración de la pena sin lesionar los derechos de la justicia. Así razonaba el Padre Cozzolino (en la gazeta del predicador). Con relación a la eternidad, el tiempo es “nada”; pero, considerado en sí mismo, no es sino una sucesión de actos íntimamente unidos y trabados entre sí.

Multiplicando los actos del alma, Dios da a ésta la sensación de muchos siglos, como ocurrirá probablemente a quienes mueran en los últimos días del mundo, los cuales habrán de expiar en pocos minutos la culpas de su vida. De este modo, aumentando Dios la intensidad del dolor disminuye su duración, y hace que el alma sea llevada más prontamente al cielo.

  1. d) Se manifiesta en fin, aceptando la substitución de nuestras plegarias, de nuestros sufragios, de nuestros méritos. Por eso, ¡Con cuánta razón cantan el himno del agradecimiento a la misericordia de Dios! Quia apud Dominum.

8vo. Versículo.- “Et ipse redimet Israel ex omnibus iniquitatibus ejus”. Tenemos en estas palabras el preludio del triunfo. Ya que, van repitiendo: Llegará el día de nuestra liberación, cesarán las lágrimas, nuestros sufrimientos tendrán fin.

Dios redimirá a Israel de todas sus iniquidades o sea que aquellas almas saldrán de la cárcel del purgatorio cantando el Te Deum de acción de gracias. Et ipse redimet.

Nosotros podemos adelantar esta tan deseada hora del vuelo del purgatorio al cielo. Para ello debemos utilizar los medios indicados cuales son: la oración, la santa Misa, los actos de mortificación, añadiendo también el “acto heroico” que consiste en aplicar a las almas del purgatorio todo cuanto podamos disponer de nuestras oraciones y de nuestras buenas obras personales.

Por último, es necesario recordar que la devoción a las almas del Purgatorio, para que produzca fruto, ha de ser: Piadosa, o sea que salga del corazón y que ese corazón este limpio; debe ser constantemente activa, procurando acortar sus penas para que cuanto antes entren a la gloria eterna con la visión beatifica; también esta devoción debe ser universal, aquí entra el recuerdo de nuestros padres y familiares, nuestros amigos, nuestros bienhechores y sobre todos a las almas más necesitadas de la misericordia de Dios.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Sinceramente en Cristo:

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

obmdavila@yahoo.com.mx


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