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Providencia de Dios en las enfermedades y aflicciones | Mons. Dávila

Todo lo que ocurre acá en la tierra, acontece por orden o permisión divina. Cuando Dios nos prueba con enfermedades o aflicciones, tiene siempre miras llenas de sabiduría y de bondad. La enfermedad del hijo del oficial que narra el Evangelio es una prueba de ello, pues fue para él y para toda su casa una fuente de gracias y una oración de salvación.

Por: Redacción 19 Octubre 2020 08:43

Por qué Dios nos envía enfermedades y aflicciones

1. Para ejercer su supremo dominio y hacernos sentir que Él es el dueño de nuestra salud y de nuestra vida. Por eso decía Job: “El Señor me lo ha dado, el Señor me lo ha quitado, sea bendito su nombre” (Job I, 21). Y también, el Sumo Sacerdote Elí decía: “Él es el Señor, hagamos lo que sea agradable a sus ojos” (Samuel, III, 18)

Lamentablemente, nosotros lo olvidamos con demasiada frecuencia, y para recordárnoslo, Dios nos envía pruebas y enfermedades. ¡Cuántas veces Dios nos llama, nos excita a dejar el pecado! Y nosotros nos hacemos sordos. Entonces el Señor, por la enfermedad o por cualquier otra aflicción, nos obliga a recurrir a Él. Fue así como convirtió al oficial del Evangelio.

2. Para ejercer su justicia y castigarnos por nuestros pecados. Así lo dio a entender al paralítico que tenía 38 años enfermo, cuando le dijo: “Mira que has sido curado; no vuelvas a pecar, no te suceda algo peor” (Jn., V, 14).

Cuando somos probados con alguna enfermedad o aflicción, ciertamente somos nosotros reos de culpa. Por eso San Juan Crisóstomo nos advierte que cuando nos suceda alguna prueba de este género, debemos humillarnos, pensando que Dios quiere darnos así la ocasión de expiar alguna culpa presente o pasada, mortal o venial.

3. Para manifestarnos su bondad y su misericordia; para quitarnos la ocasión o el medio de pecar, o despegarnos de los engañosos placeres del mundo y hacernos adquirir más méritos para el cielo. San Camilo de Lelis, que era víctima de cinco enfermedades penosas y prolongadas, no dejaba de llamarlas, agradecido, “misericordias del Señor”.

4. Lo hace por amor nuestro, para hacernos más conformes a su divino Hijo crucificado; para hacernos merecer más y ganar una corona más hermosa en el cielo.

Así como dijo el ángel a Tobías: “Y por lo mismo que eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te probase” (Tob., XII, 13). Y San Pablo: “Porque el Señor a quien ama le reprende, y azota a todo el que recibe por hijo” (Heb., XII, 6); y el libro de la Sabiduría: “Como el oro en el crisol probo a los justos, y los halló dignos de sí” (Sab., III. 6 y 5).

Cómo hemos de aceptar las enfermedades y las aflicciones

Cristianamente, es decir, conformándonos con las intenciones de Dios, para su mayor gloria y para la salvación de nuestra alma.

1.Inclinémonos ante su supremo dominio, sometiéndonos generosa y amorosamente a todo lo que Él quiera de nosotros.

2. Honremos su justicia, que se digna así castigarnos en esta vida; aplaquémosla con un corazón contrito y humillado, con una sincera contrición, con la aceptación humilde y piadosa de la prueba: “En nosotros se cumple tu justicia, porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho” (Luc., XXIII, 41); “Justo es el Señor, y rectos sus juicios” (Salmo 118, 37).

3. Honremos su Providencia y conformémonos al plan que ha trazado sobre nosotros, aunque algunas veces nos parezca inexplicable y severo. Nos parece a veces que si tuviéramos salud y medios de fortuna serviríamos mejor al Señor. Pero Dios ve más y mejor que nosotros. Quizá la salud y la fortuna nos hubieran conducido al pecado y al infierno, mientras que la enfermedad, la pobreza, la aflicción nos santifican y nos conducen al cielo.

Por eso dice el Salmo 62, 28: “Me uno a Dios, porque es bueno: Y pongo en el Señor Dios mi esperanza”; y Nuestro Señor en San Marcos dice: “Padre no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mc., XIV, 36).

4. Honremos el amor y los sufrimientos de Nuestro Señor. Para merecer el cielo es necesario conformarnos con Cristo. ¡Qué honor y qué dicha para nosotros participar de sus sufrimientos! Así como dijo San Pedro: “Cristo padeció por nosotros y nos dejó ejemplo para seguir sus pasos” (I. Ped., II, 21) Por lo mismo. Pensemos; ¡Él, santo, inocente; y nosotros, ¡culpables y pecadores!

Por último. Todo cristiano debería recordar y rezar frecuentemente la hermosa oración de Sara, hija de Raquel:

“Lo que tiene por cierto quien, ¡oh, Señor!, te adora, es que, si fuese probado por la aflicción, será coronado; y si estuviere en tribulación, será librado; y si el azote del castigo descargare sobre él, podrá acogerse a tu misericordia, por Tú no te deleitas en nuestra perdición, puesto que después de la tempestad das la bonanza, y tras de las lágrimas y suspiros infundes el júbilo. ¡Ho, Dios de Israel, bendito sea eternamente tu santo nombre” (Tob., III, 21-23).

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx


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