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Virtudes que debemos practica en Adviento | Por Monseñor Martín Dávila

San Juan Bautista

En el domingo segundo de Adviento, la Iglesia nos recuerda el elogio que Jesucristo hizo de San Juan Bautista, y por el cual, quiere proponernos un modelo perfecto de las principales virtudes que debemos practicar para prepararnos a la venida del Salvador a nuestras almas.

Por: Redacción 05 Diciembre 2021 22:03

El santo precursor predicó, no sólo con palabra, sino también con su santa vida. Ahora bien, las virtudes que Jesucristo ensalza en él y que ofrece para que lo imitemos son:

El recogimiento

“Qué fuiste a ver en el desierto” ¿A dónde se fue a buscar a San Juan? ¿En dónde se ha encontrado? Acaso ¿En la corte? ¿En la casa de un rico? ¿En las plazas públicas? No, sino en la soledad del desierto.

He aquí la primera virtud que Jesucristo alaba en San Juan, el recogimiento, la vida oculta, para mostrarnos que en ella está el fundamento de la santidad, fundamento absolutamente necesario para agradar a Dios, recibir sus inspiraciones y conversar con Él.

Ciertamente, no todos los cristianos son llamados a encerrarse en un claustro y en la vida religiosa; es ésta una gracia especial que Dios otorga a un cierto número de personas. Pero todo cristiano puede y debe esforzarse, en medio de las obligaciones y de las ocupaciones más diversas, en consagrar algunos minutos al recogimiento.

Y si no puede procurarse un recogimiento exterior, debe al menos formarse un recogimiento interior. Este retiro del corazón, este recogimiento intimo nos ayuda a evitar el pecado y toda ocasión peligrosa, a practicar todas las virtudes cristianas, y sobre todo a recibir dignamente a Jesús en la Eucaristía.

Debemos, pues, conservar, siempre este recogimiento interior, sobre todo durante el tiempo de Adviento, destinado de una manera especialísima a prepararnos para la venida de Jesús a nuestras almas.

Constancia en el bien

¿Qué saliste a ver al desierto? ¿Una caña que mueve el viento? La caña agitada por el viento significa las almas más carnales, débiles e inconstantes, que ora se inclinan a la derecha, ora a la izquierda, estando bajo el influjo de las pasiones, las tentaciones y las ocasiones.

Pues, bien San Juan permaneció siempre firme en el bien, siempre igual a sí mismo, siempre admirable, fuerte como una roca, constante en anunciar la venida del Mesías y en reprender los vicios.

Precisamente debido a esta firmeza y osadía lo llevo a condenar los escándalos de Herodes, y posteriormente ser encarcelado y ser condenado a muerte. Si hubiera guardado silencio, seguro el mundo lo hubieran colmado de honores.

¡Qué hermoso modelo para todos los cristianos y especialmente para los sacerdotes y obispos! ¡Cuántos son cobardes y débiles e inconstantes, como cañas; hoy fervorosos, mañana tibios y negligentes; hoy de Dios, mañana del demonio; hoy prontos a morir por Jesucristo, mañana negándole, ¡es decir sacrificándolo a sus pasiones y bagatelas!

Aprendamos, pues, de San Juan a ser más firmes en nuestra fe, más constantes en el servicio de Dios, en la práctica de todos nuestros deberes, más fieles a Jesucristo hasta la muerte, no olvidemos que somos hijos de mártires.

Mortificación

¿Qué saliste a ver en desierto? ¿hombres con vestidos delicados? Nuestro Señor alaba aquí la vida austera del santo Precursor. Nadie antes de él había llevado tan lejos la mortificación. Viviendo en cuevas y cavernas del desierto, acostándose sobre el duro suelo, vistiéndose con túnica de pelos de camello, comiendo saltamontes y miel silvestre.

La mayor parte de los santos imitaron esta mortificación de San Juan, sobre todo los antiguos Padres del desierto. ¡Cuán necesaria es la mortificación para domar nuestra carne, reprimir nuestras pasiones, expiar nuestros pecados y a asegurar nuestra salvación!

Sin embargo, ¿quién piensa en ello en estos tiempos de placeres? Pero, recordemos lo que dice Cristo por San Lucas: “Si el hombre no hace penitencia, perecerá” (Lc., XIII, 5).

Indudablemente, los cristianos que viven en el mundo no pueden practicar la mortificación como los solitarios y los religiosos. Mas esto no les dispensa de mortificarse hacerse violencia para observar fielmente las leyes de Dios y de la Iglesia, para cumplir bien los deberes de su estado, para aceptar con espíritu de penitencia las penas y los sufrimientos de esta vida.

Se deben privar de todo placer ilícito, de todo lujo superfluo en la comida y en el vestido, en una palabra, mortificar la voluntad, el espíritu y los sentidos. Por lo mismo recordemos lo que dice San Pablo: “los que son de Cristo, tienen crucificada su carne con sus vicios y concupiscencias” (Gál., V, 24) ¡Cuántos faltan en esto!

Pureza y fidelidad en cumplir su misión

Jesucristo dijo de San Juan, que era más que un profeta. Y lo vemos, anunciar la llegada del Mesías, prepara los corazones a recibirlo, lo muestra a los hombres. Es verdaderamente un ángel por la pureza de su vida y por su fidelidad en cumplir su misión que fue confiada.

Cada cristiano, es santificado por el Bautismo, alimentado y fortificado con la carne y la sangre del Cordero sin mancilla, ¿no debería ser siempre puro como un ángel? Cada uno de nosotros, como San Juan, tiene que cumplir un ministerio de ángel y de apóstol en su familia, cerca de sus parientes, de sus amigos, de sus vecinos, de las personas alejadas de la Iglesia que nos rodean. Pocos comprenden esta obligación.

Por último. No debemos solo admirar a San Juan Bautista; debemos imitar su vida retirada, sobre todo en este santo tiempo de Adviento: imitemos su firmeza y su constancia en el bien, su espíritu de penitencia y de mortificación, su pureza angélica y su celo en glorificar a Jesús, en hacerlo conocer y amar de todos.

¡Ojalá también nosotros merezcamos los elogios de Jesús y llegar a ser algún día participemos de su gloria en el cielo!

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx

 


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